Jan Paulsen, presidente de la Asociación General, conversó
hace poco con Bill Knott, editor de Adventist World, sobre el propósito y el futuro de la sede central de la Iglesia Adventista.
Knott: Imagínese que se halla en un estudio de televisión, y el periodista le dice: “Dígame por qué su iglesia necesita la Asociación General”.
Paulsen: La estructura eclesiástica siempre tiene que servir a la función de la iglesia, de manera que la primera pregunta es: “¿Qué queremos lograr?” Me gustaría sugerir dos objetivos amplios –o funciones básicas– de la administración eclesiástica: la unidad y la misión.
Desde el mismo comienzo, hemos creído que Dios anhela que esta iglesia esté unida como una familia, que no sea ni una iglesia regional ni por cierto congregacional. Nos hemos apegado con firmeza al modelo divino para nosotros, el de una comunidad mundial integrada con una fe común, y recursos e identidad compartidas. En segundo lugar, siempre hemos dejado muy en claro que somos un movimiento misionero. Eso es lo que nos define.
Es inconcebible para mí que esta iglesia pueda mantenerse unida como comunidad mundial y con la misma capacidad de maximizar nuestros recursos para la misión, si no existe la Asociación General, es decir, una estructura a nivel mundial que otorgue cohesión a todas las actividades.
Las estructuras eclesiásticas tienen que servir a la unidad y a la misión y, si no lo hacen, ¡cambiémoslas! Es importante que de tanto en tanto revisemos nuestras estructuras.
Aun así, la última reestructuración general de la iglesia se produjo hace más de un siglo.
Es verdad. Hay otro factor dentro de nuestra iglesia que actúa como un freno para los cambios, y tiene que ver con la historia y la teología. Tenemos a los que dicen: “Dios nos llevó a tener esta estructura. Funcionó bien en el pasado. No interfiramos con lo que Dios nos ha dado”. Y a partir de allí dejan de analizar el tema.
Pero ni Dios ni su pueblo permanecen inamovibles, y por lo tanto tenemos que estar listos para preguntarnos si la obediencia a Dios significa obedecer costumbres y formalidades, o por el contrario los objetivos y la identidad. Me parece que tenemos que optar por los últimos.
Se ha sugerido que a medida que la iglesia crezca, la mejor manera de preservar la unidad sería que la Asociación
General racionalizara sus actividades, es decir, que redujera sus funciones a un papel de consultora y asesora. ¿Qué responde a esto?
Me agrada mucho la idea de racionalizar nuestras actividades. Esto significa que tenemos que realizar un autoexamen crítico y preguntarnos: ¿Es esta la mejor manera de usar nuestros recursos? ¿Es la estructura que establecimos hace décadas la mejor manera de hacer misión hoy día? ¿Estamos reconociendo que, a medida que la iglesia crece, en todos lados se cuenta con capacidades profesionales y dones espirituales en abundancia? ¿Estamos reconociendo que la iglesia local puede definir de mejor manera qué significa ser iglesia en ese lugar y para esa cultura?
La iglesia debe extender
el sentido de pertenencia
y las responsabilidades
a todos sus miembros. Nuestros laicos también exigen que seamos prudentes; que estemos abiertos y seamos honestos sobre la forma de utilizar los recursos de la iglesia.
Pero en el proceso de racionalización, tenemos que asegurarnos de no estar comprometiendo los componentes que nos mantienen unidos como iglesia. Al fin de cuentas, un organismo puramente asesor –algún tipo de organización “superdiplomática” que meramente permita la discusión– carecería de efectividad. Por causa de la unidad y la misión de la iglesia, es imperativo que tengamos muy en claro lo que tenemos que hacer. La Asociación General debe cargar gran parte del peso relacionado con los valores y la identidad global de la iglesia.
¿Es muy grande la Asociación General? Sí, creo que sí. ¿Podemos y deberíamos racionalizar nuestros recursos? Sí, creo que podemos y deberíamos hacerlo. Hubo un tiempo cuando éramos el principal sistema de implementación de las diversas ideas y programas de la iglesia mundial. Ya no es así. Y suena arrogante que yo le diga a alguien que está del otro lado del mundo, cómo hacer las cosas.
Algunos podrían decir: “La Asociación General está en los Estados Unidos: sus empleados provienen en gran parte de ese país. ¿Puede servir de manera verdaderamente representativa a nuestra iglesia, que es cada vez más diversa?”
Bueno, la Asociación General tiene que estar en algún país. Hay que preguntarse dónde hay suficiente estabilidad política y financiera. ¿Dónde es mejor que esté ubicada? Por supuesto, muchos lugares del mundo son estables. Pero hay también factores históricos a tener en cuenta. Esta región siempre ha sido una gran proveedora de recursos para la misión, y esto ha sido una gran bendición para la iglesia.
Sí, el personal de apoyo proviene principalmente de los Estados Unidos, y en parte por las leyes migratorias y otros factores sobre los cuales no tenemos mucho control. Pero en lo que respecta a los líderes elegidos, en años recientes ha habido un incremento significativo de la proporción de líderes de la Asociación General que provienen de otros países.
¿Se producen los cambios con la suficiente velocidad? Probablemente nos lleve un par de décadas comenzar a ver cambios significativos en el liderazgo, que reflejen los patrones de crecimiento de la iglesia mundial. De manera que hay un atraso, un período en el que los líderes locales se están preparando mejor para asumir su lugar en el liderazgo internacional. Pero estos cambios se producen inevitablemente. Creo que no falta mucho para que haya un presidente de la Asociación General que provenga de los países en desarrollo, lo que reflejará el tremendo crecimiento de nuestra iglesia en América Latina, África y partes de Asia.
El miembro promedio probablemente piense que la iglesia funciona mediante la clásica forma piramidal, donde toda la autoridad es vertical y hasta podría creer que aun el pastor local cumple órdenes superiores. ¿Es esa una descripción exacta de la realidad de la iglesia?
Probablemente hay aspectos de esa descripción que son verdaderos y no sé cómo podría hacerse de manera diferente. Hay ciertas decisiones que se toman en la Asociación General: la utilización de los recursos y ciertos valores o iniciativas específicas que abarcan a la iglesia mundial. Tenemos una secretaría de Misión Adventista a la que se le ha encomendado la responsabilidad de dedicarse a un programa misionero mundial. En cierto sentido, estas cosas podrían pertenecer a un modelo piramidal. Sin embargo, su propósito es que la iglesia capte la visión de estas cosas, para ver entonces de qué manera implementarlas a nivel local.
Es vital que los miembros de la comunidad adventista puedan opinar sobre la iglesia; que no sientan que se los obliga a apoyar un movimiento sobre el cual no pueden expresarse. La iglesia tiene que extender los derechos y las responsabilidades de propiedad a todos sus miembros. A veces la gente me habla de diversos temas, y entonces me pregunta: “¿Qué está pensando hacer la iglesia?” Yo les respondo: “¿Por qué me preguntan a mí? ¡Ustedes son la iglesia!”
Sin embargo, la iglesia está creciendo y es cada vez más compleja. A medida que el millón de miembros del pasado se convierta en cincuenta millones, y los diez millones de dólares al año pasen a ser quinientos, la complejidad requerirá que se tomen decisiones claras. Y esto implica que sí, es preciso contar con foros definidos y realizar las consultas correspondientes, para entonces tomar las decisiones que sean necesarias.
Usted dijo antes que la administración eclesiástica debería contar con una mayor autonomía local. Algunos temen que esta descentralización también ponga en riesgo la unidad teológica.
Aquí llegamos a la pregunta central de la identidad adventista: ¿Qué valores y creencias nos definen como iglesia mundial? Y no me refiero solamente a los valores teológicos, sino a los que pertenecen al mundo de la moral y la ética. Tenemos 28 creencias fundamentales (al menos en la actualidad), que no están siendo “rediseñadas” en ninguna otra parte del mundo. Ellas conforman un cuerpo significativo de los valores que defendemos. Haremos todo lo posible para garantizar que la iglesia, en todo el mundo, acepte y se mantenga fiel a ellas.
No podemos controlar la mente de otros seres humanos. Una mentalidad beligerante y controladora que por ejemplo diga: “destruyámoslos”, no funciona en general con los seres humanos, y por cierto no es lo que corresponde dentro de la iglesia. Pero ello no significa que no hagamos todo lo posible por defender la integridad de la iglesia ante ciertos temas, ya sea se presenten en una institución de educación superior o en relación con un estilo particular de adoración. Es importante analizar estas cosas con los líderes responsables en esos lugares y esto se está haciendo de manera periódica.
Creo también que tenemos que aceptar que la obediencia a Dios puede expresarse en forma diferente en diversas culturas. A veces es difícil hablar de ello. Un grupo de africanas puede llegar a la iglesia con sus canastos de la Recolección, mientras se balancean de un lado a otro cantando: “Otros dioses no tengo…” Hay realidades culturales, maneras de expresarse, que no pueden ser anuladas, y el Señor no nos pide que lo hagamos.
De manera que usted está haciendo un llamado a un acto continuo de fe o confianza mutua; de entender que el Señor está obrando tanto con usted como conmigo.
Así es. Para mí, es de suma importancia que confiemos en los demás. Veo personas que demuestran su pasión por la iglesia y su fe en Dios de maneras que pueden ser muy diferentes a las mías. Pero están sirviendo a Dios, y su testificación es eficaz.
Estos son realmente grandes temas: la estructura eclesiástica, la unidad y la misión. Se podrían decir muchas cosas más al respecto. Son temas dinámicos; no permanecen mucho tiempo sin cambios. Y son preguntas a las que tendremos que regresar, para ver entonces adónde nos guiará
el Señor.
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