La palabra evangelismo trae a la mente de los adventistas imágenes de reuniones públicas con oradores dinámicos que se explayan en las profecías bíblicas y exponen textos comprobantes con la esperanza de bautizar conversos en unas pocas semanas. Esta manera de pensar ha sido adoptada casi exclusivamente, de manera que cualquier otra manera de compartir el amor de Dios es mirada casi despectivamente como una forma más de servir.
Consideremos la pregunta, ¿cuán efectivo es el evangelismo en atraer miembros a la iglesia? A menudo nos sentimos cómodos pensando que en Norteamérica la iglesia crece en la misma proporción en que crece la población. Cuando comparamos los números reales, sin embargo, obtenemos un cuadro muy distinto. Cada vez que una persona se une a la iglesia en Norteamérica, los Estados Unidos y el Canadá cuentan con 46 nuevos habitantes.1
No debiera, por lo tanto, causar sorpresa el que las encuestas que se llevan a cabo cada pocos años tratando de averiguar lo que el público en general sabe acerca de los Adventistas del Séptimo Día muestran que cada vez se sabe menos acerca de nuestra iglesia. En el pasado se nos conocía como vegetarianos que creen en la Biblia y ayudan a las personas a dejar de fumar. Hoy somos tan desconocidos que estamos más allá de ser indistinguibles socialmente y vamos aproximándonos a la irrelevancia total. Decir que nuestros esfuerzos de evangelización son "efectivos" es darle un nuevo significado a lo absurdo.
¿Por qué es que la iglesia no crece más rápidamente? Se debe a nuestros conceptos erróneos de lo que es ganar almas y, especialmente, el evangelismo.
Veamos cuál es la definición bíblica del evangelismo. En el Nuevo Testamento sólo se describe a Felipe de Cesarea como un evangelista (Hechos 21:8). Solamente a Timoteo se le encomienda hacer la obra del evangelista (1 Tim. 4:5).
El mejor modelo del evangelista es el apóstol Pablo. Al seguir sus pasos en Los Hechos de los Apóstoles uno encuentra un itinerario de viaje por los países de la cuenca oriental del Mediterráneo. En sus viajes, proclamaba al Cristo crucificado y resucitado, bautizaba nuevos creyentes y levantaba iglesias. Cuando Pablo establecía una iglesia, le enseñaba a sus miembros a identificar y usar los dones del Espíritu que poseían para que fortalecieran y guiaran la iglesia. A veces él volvió a visitar algunas de sus iglesias para contrarrestar desvaríos. También les escribió cartas, catorce de las cuales han sido preservadas como libros del Nuevo Testamento.
¡Cómo han cambiado nuestros conceptos del evangelismo y del funcionamiento de la iglesia! A continuación deseo identificar algunos de nuestros falsos conceptos más populares y compararlos con las escrituras.
- La predicación es la única manera de compartir el evangelio
Romanos 12:14 pregunta: "¿Cómo han de oír si no se les predica?" Interpretamos esto como si afirmara que a menos que un predicador dinámico empleado por la organización eclesiástica con estudios teológicos avanzados que le permiten usar textos comprobantes eficazmente les predique públicamente no es posible que los que necesitan el evangelio lleguen a su conocimiento. El vocablo griego kerygma, sin embargo, significa "proclamación", "anuncio", o "ponencia". Predicar no es más que usar palabras para hacerle saber a otros lo que Dios ha hecho por uno, y por todos.
La oratoria deslumbrante y los textos comprobantes pueden convencer que lo que se dice es cierto. Pero son los instrumentos menos persuasivos para hacer creyentes en Cristo. Muchas veces he oído a alguien, después de un estudio bíblico o saliendo de una reunión evangelizadora, decir: "Ahora se lo que la Biblia dice, pero eso no es lo que mi familia cree, así que yo tampoco lo creo".
Mucho más convincente que sermones o textos comprobantes es el testimonio sincero de la persona que dice: "Esto es lo que Dios hizo por mi". Un testimonio tal tiene tanto poder que Apocalipsis 12:11 dice que los que vencen al dragón lo hacen "por la sangre del Cordero y por las palabras de sus testimonios". Esto es así por que al escuchar lo que Dios ha hecho por otros despierta en uno la esperanza de que Dios hará lo mismo por mi. Después, al ver a Dios actuando en mi vida, no pueden menos que contarle a otros lo que Dios hizo por mi.
Jesús realizó milagros para despertar la fe y, con el mismo propósito, le prometió a sus discípulos que ellos harían aún mayores cosas (Juan 14:12).
Las conferencias públicas son el único método que Dios desea que usemos para ganar almas.
Jesús nunca predicó lo que nosotros llamaríamos un sermón. Su famoso Sermón del Monte no cuadra con nuestros modelos tradicionales. No fue un predicador. Fue un maestro interactivo. La gente era atraída a sus enseñanzas por el poder de sus milagros y la autoridad con que enseñaba (Mat. 7:29), la cual emanaba de su conocimiento de las escrituras y de su Padre Celestial.
La multitud que escuchó a Pedro en el atrio del templo el día después de Pentecostés nos se encontraba allí porque había recibido los anuncios con dibujos de bestias asombrosas que se habían distribuido por correo a todo hogar en Jerusalén y sus alrededores. Pedro estaba allí porque era un judío fiel a sus obligaciones religiosas y la multitud se reunió a escucharle porque sus palabras eran un testimonio poderoso de sus experiencias con Jesús. Miles creyeron debido al poder de su testimonio.
Jesús comparó a sus seguidores con la sal (Mat. 4:13), y dijo que serían sus testigos hasta lo más remoto del planeta (Hechos 1:8). Esto quiere decir que debemos salir, mezclarnos con el mundo, y dejar que el Espíritu Santo use nuestro testimonio acerca de Jesús para transformar a los que nos escuchan. No tiene sentido que nuestro primordial instrumento evangelizador dependa de que la gente venga donde nosotros estamos.
La idea de que todos debemos usar el mismo método para ganar almas es contraproducente pues afirma una inconcebible falta de fe en la promesa de Jesús de que nos enviaría el Espíritu Santo para darle poder a nuestros ministerios, cada uno como mejor puede y a su manera.
- Los evangelistas sólo trabajan con iglesias locales.
En sus viajes misioneros, Pablo hizo creyentes y plantó iglesias donde ni los unos ni las otras existían. En nuestros días, por el contrario, dependemos de los evangelistas tanto para reavivar iglesias desfallecientes como para añadir nuevos miembros a tales congregaciones. Si el apóstol Pablo estuviera con nosotros hoy, puede que ocasionalmente visitara una iglesia ya establecida, pero sería una que él había establecido donde el evangelio todavía no había penetrado.
- Los evangelistas son los únicos ungidos por el Espíritu Santo para traer miembros a la iglesia.
¿Cuántos de nosotros no nos hemos sentido felices al presenciar un bautismo al fin de un ciclo de conferencias y no hemos deseado haber sido el que trajo por lo menos a uno de los bautizados a la iglesia? Si alguna vez has tenido tales sentimientos, has sentido el llamado del Espíritu Santo animándote a participar en actividades evangelizadoras.
Posiblemente no pasó mucho tiempo antes de que te dieras cuenta de que no tenías el don del evangelista. Falsos conceptos acerca del evangelismo impidieron que descubrieras los dones con que has sido dotado y el tipo de ministerio Dios diseñó como la fuente que le imparte gozo a tu experiencia religiosa.
Los ciclos de conferencias evangelizadoras le roban a los otros ministerios de la iglesia que están basados en dones espirituales diversos al hacer que todos los miembros se concentren en apoyar a las conferencias por sobre todas las cosas. Todo lo que no se visualiza como apoyando las conferencias queda desaprobado o prohibido. Para colmo de males, se anima a los miembros a orar para que el Espíritu Santo obre a través del evangelista, en vez de a través de ellos.
- No debemos perder tiempo con ministerios que no producen bautismos en pocas semanas.
Jesús pasó la mayor parte de su tiempo sanando a los enfermos, alimentando a los hambrientos, dando consuelo a los afligidos, y haciendo otras cosas que nosotros llamamos "ministerios". Estos servicios fueron extremadamente efectivos al establecer confianza y crear interés en lo que Jesús enseñaba. Como resultado, los beneficiados por estos ministerios vinieron a creer en Jesús como su Salvador. La Biblia no registra que Jesús haya bautizado, o haya llevado la cuenta de los bautizados. Si Jesús no contaba bautismos para tener una idea del éxito de sus esfuerzos, ¿por qué es que nosotros debemos llevar la cuenta?
Más aún, Jesús le dijo a sus discípulos: "Ved y haced discípulos en todas las naciones" (Mat. 28:19). El bautismo es sólo un hito en el camino del discipulado. Nuestro mayor énfasis no debiera ser el cómputo de personas bautizadas, sino el cómputo de cuántos de aquellos que hemos bautizado se hicieron discípulos que llevan a cabo ministerios que atraen a otros a Jesús.
Tenemos que tomar una decisión. Podemos seguir llevando a cabo los mismos ciclos de conferencias de la misma manera tradicional y rutinaria y dormitar ilusionados de grandes éxitos mientras en realidad los resultados sólo demuestran que no hemos fracasado totalmente. O podemos dar pasos de fe y descubrir el poder que nos otorga el Espíritu Santo para que nuestros ministerios atraigan a muchos más a la iglesia de los que habíamos soñado. Para que esto suceda cada creyente debe retomar los modelos bíblicos de evangelismo y de ministerios fortalecidos por el Espíritu Santo.
Para este fin, propongo lo siguiente:
- El evangelismo debe ser dirigido exclusivamente a la conversión de nuevos creyentes y el establecimiento de iglesias donde todavía no las hay. Se debe prohibir que un evangelista trabaje con una iglesia ya establecida, a menos que sea una establecida por él mismo, o con el propósito de ayudar a dicha iglesia a fundar una nueva.
- El propósito, la misión y la función principal de la iglesia local es ayudar a cada miembro a descubrir los dones espirituales con que el Espíritu Santo los ha dotado y apoyar los ministerios que están desempeñando.
¿Acaso hay otra manera de esparcir el evangelio efectivamente?
Fuente: Spectrum magazine 'Café hispano'
Autor: William F. Noel
Traducción: Herold Weiss
Notas: 1. Esta cifra se obtiene al comparar las estadísticas oficiales de la Division Norteamericana con los censos oficiales del Canadá y de los Estados Unidos.