No es extraño que los compromisos con Dios se produzcan cuando uno tiene diez u once años. Por eso, cuando un matrimonio conocido llevó a su hija Melinda* de diez años a una reunión de evangelización a cargo de una de las figuras más significativas de la Iglesia Adventista actual, habían orado para que el Espíritu Santo obrara en su corazón.
La reunión fue un éxito. La “figura significativa” no podría haber estado mejor. Los padres de Melinda aguardaban para ver qué haría la niña al final del mensaje.
Para alegría de ellos, fue la primera persona en levantarse. Avanzó hacia el frente con tanta rapidez que llegó antes de que la “figura significativa” pudiera acomodarse delante del púlpito.
Fue allí cuando le pidió... ¡un autógrafo!
Este hecho no habla en contra de Melinda ni del predicador. Pero es, acaso, un pequeño indicador de que en nuestra iglesia existe la veneración de las celebridades.
Existen otros indicadores. Hace tiempo que los predicadores y pastores locales abandonan el púlpito cuando alguna “estrella” está de visita en la localidad. Como la ubicación geográfica de las “estrellas” se anuncia con antelación, resulta más patente el fenómeno de la congregación itinerante. Existe una tendencia de seguir a los “grandes nombres” hasta donde estén predicando.
Antes de la era del DVD, una organización adventista comercializaba grabaciones de oradores internacionales conocidos. El público tenía preferencia por tres predicadores; podríamos decir tres estrellas. Por una u otra razón, estos tres oradores hace tiempo que han dejado de tener parte en el escenario adventista. Parece que la celebridad los llevó a derribar límites de creencias o conductas.
Años atrás, David Shepherd, un conocido jugador inglés de críquet, fue hecho obispo anglicano de Liverpool. Yo mismo, tal vez encandilado, fui a escucharlo. Llegué justo para ver a Shepherd al frente de una procesión que salía por la nave principal de la catedral, llevando un enorme cayado. Al preguntarle por dicho cayado, realizó un comentario tímido y desaprobatorio de sus ropas de obispo y explicó que el cayado era un símbolo recordatorio de la naturaleza de su “verdadero trabajo”, haciendo un inevitable juego de palabras con su apellido, que en inglés significa “pastor de ovejas”.
En medio de la veneración de celebridades y el superficial mercantilismo religioso que a veces provoca, ¿podríamos utilizar un recordatorio de nuestro “verdadero trabajo” como pastores?
Un grupo de adventistas de Irlanda viajó a Inglaterra para un evento espiritual. Sin embargo, se manifestaron desilusionados “cuando la gente esperaba en fila para conseguir el autógrafo de un orador importante”.
¿Reconocemos esta veneración de las celebridades, mercantilismo religioso, o como queramos llamarlo? A algunos, sin embargo, en lugar de satisfacernos nos produce lo contrario.
¿Recuerdan lo que dijo Jesús cuando Santiago y Juan querían ser parte de las celebridades? En esa ocasión, percibieron claramente que las promociones en el reino de Dios no se obtienen mediante la autopromoción agresiva y que es Dios, y no nosotros, quien determina la distribución de los honores. Esa fue la razón por la que los otros 10 discípulos, que acaso se lamentaron por no haber solicitado los mejores lugares para ellos, se indignaron con Santiago y Juan. Esa fue la oportunidad que Jesús aprovechó para hablar acerca de sus ideas opuestas a las del mundo, respecto de la grandeza y el liderazgo.
“Mas Jesús, llamándolos, les dijo: Sabéis que los que son tenidos por gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y sus grandes ejercen sobre ellas potestad. Pero no será así entre vosotros, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos. Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mar. 10:42-45; la cursiva es del autor).
La frase “no será así entre vosotros” se traduce correctamente como “no debe suceder esto entre vosotros”.
La iglesia no debe funcionar de la misma manera que otras organizaciones. Del principio al fin, la iglesia representa una sociedad alternativa donde los primeros son últimos y los últimos primeros. Dondequiera veamos las jerarquías y divisiones que la sociedad humana establece como algo normal, necesitamos recordar: “no será así entre vosotros”.
La Palabra dice que “todos” serán atraídos a Cristo cuando él sea enaltecido (véase Juan 12:32). ¡Esto no puede ser una realidad cuando en su lugar se enaltece al predicador!
Ese “engrandecimiento” inapropiado no es culpa del predicador. Es muy probable que él esté tratando de engrandecer a Cristo. El error se halla en la actitud de los oyentes hacia el predicador.
Jesús fue y es el Hijo del Hombre. Daniel profetizó que llegaría el tiempo cuando “todos los pueblos naciones y lenguas” lo servirían (Dan. 7:14). Y sin embargo Jesús, ese Hijo del Hombre que cumplió la profecía de Daniel, no vino para ser servido sino para servir. Al hacerlo, cumplió otra gran profecía del Antiguo Testamento: el Siervo Sufriente descrito en Isaías 42 y 53: “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (Isa. 53:5).
El modelo de liderazgo servicial de Cristo debe ser imitado. No podemos, por supuesto, imitarlo en su rol específico de ser “rescate por muchos”; sólo Cristo lo hizo y ya no necesita ser repetido. Pero podemos imitarlo en su rechazo completo del interés propio, que lo preparó para elegir la muerte por muchos, antes que la gloria que le correspondía.
Esto requerirá que modifiquemos nuestras actitudes y conducta. No debemos colocar en un nivel prominente a los seres humanos. Idolatrar a los seres humanos los pervierte y los perjudica. Exaltemos a Cristo, y entonces todos serán atraídos.
Cristo tiene el mayor poder de atracción de todos los tiempos. Idolatrar a quienes lo glorifican, sólo puede obstaculizar el magnetismo del Salvador. Jesús no tiene por qué estar a la sombra del predicador. Es el predicador el que debe estar a la sombra de la cruz.
Fuente: Adventist World
Autor: David N. Marshall es editor de la Stanborough Press Limited, Grantham, Lincolnshire, Inglaterra.
*Se utiliza un seudónimo.
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La reunión fue un éxito. La “figura significativa” no podría haber estado mejor. Los padres de Melinda aguardaban para ver qué haría la niña al final del mensaje.
Para alegría de ellos, fue la primera persona en levantarse. Avanzó hacia el frente con tanta rapidez que llegó antes de que la “figura significativa” pudiera acomodarse delante del púlpito.
Fue allí cuando le pidió... ¡un autógrafo!
Este hecho no habla en contra de Melinda ni del predicador. Pero es, acaso, un pequeño indicador de que en nuestra iglesia existe la veneración de las celebridades.
Existen otros indicadores. Hace tiempo que los predicadores y pastores locales abandonan el púlpito cuando alguna “estrella” está de visita en la localidad. Como la ubicación geográfica de las “estrellas” se anuncia con antelación, resulta más patente el fenómeno de la congregación itinerante. Existe una tendencia de seguir a los “grandes nombres” hasta donde estén predicando.
Antes de la era del DVD, una organización adventista comercializaba grabaciones de oradores internacionales conocidos. El público tenía preferencia por tres predicadores; podríamos decir tres estrellas. Por una u otra razón, estos tres oradores hace tiempo que han dejado de tener parte en el escenario adventista. Parece que la celebridad los llevó a derribar límites de creencias o conductas.
Años atrás, David Shepherd, un conocido jugador inglés de críquet, fue hecho obispo anglicano de Liverpool. Yo mismo, tal vez encandilado, fui a escucharlo. Llegué justo para ver a Shepherd al frente de una procesión que salía por la nave principal de la catedral, llevando un enorme cayado. Al preguntarle por dicho cayado, realizó un comentario tímido y desaprobatorio de sus ropas de obispo y explicó que el cayado era un símbolo recordatorio de la naturaleza de su “verdadero trabajo”, haciendo un inevitable juego de palabras con su apellido, que en inglés significa “pastor de ovejas”.
En medio de la veneración de celebridades y el superficial mercantilismo religioso que a veces provoca, ¿podríamos utilizar un recordatorio de nuestro “verdadero trabajo” como pastores?
Un grupo de adventistas de Irlanda viajó a Inglaterra para un evento espiritual. Sin embargo, se manifestaron desilusionados “cuando la gente esperaba en fila para conseguir el autógrafo de un orador importante”.
¿Reconocemos esta veneración de las celebridades, mercantilismo religioso, o como queramos llamarlo? A algunos, sin embargo, en lugar de satisfacernos nos produce lo contrario.
¿Recuerdan lo que dijo Jesús cuando Santiago y Juan querían ser parte de las celebridades? En esa ocasión, percibieron claramente que las promociones en el reino de Dios no se obtienen mediante la autopromoción agresiva y que es Dios, y no nosotros, quien determina la distribución de los honores. Esa fue la razón por la que los otros 10 discípulos, que acaso se lamentaron por no haber solicitado los mejores lugares para ellos, se indignaron con Santiago y Juan. Esa fue la oportunidad que Jesús aprovechó para hablar acerca de sus ideas opuestas a las del mundo, respecto de la grandeza y el liderazgo.
“Mas Jesús, llamándolos, les dijo: Sabéis que los que son tenidos por gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y sus grandes ejercen sobre ellas potestad. Pero no será así entre vosotros, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos. Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mar. 10:42-45; la cursiva es del autor).
La frase “no será así entre vosotros” se traduce correctamente como “no debe suceder esto entre vosotros”.
La iglesia no debe funcionar de la misma manera que otras organizaciones. Del principio al fin, la iglesia representa una sociedad alternativa donde los primeros son últimos y los últimos primeros. Dondequiera veamos las jerarquías y divisiones que la sociedad humana establece como algo normal, necesitamos recordar: “no será así entre vosotros”.
La Palabra dice que “todos” serán atraídos a Cristo cuando él sea enaltecido (véase Juan 12:32). ¡Esto no puede ser una realidad cuando en su lugar se enaltece al predicador!
Ese “engrandecimiento” inapropiado no es culpa del predicador. Es muy probable que él esté tratando de engrandecer a Cristo. El error se halla en la actitud de los oyentes hacia el predicador.
Jesús fue y es el Hijo del Hombre. Daniel profetizó que llegaría el tiempo cuando “todos los pueblos naciones y lenguas” lo servirían (Dan. 7:14). Y sin embargo Jesús, ese Hijo del Hombre que cumplió la profecía de Daniel, no vino para ser servido sino para servir. Al hacerlo, cumplió otra gran profecía del Antiguo Testamento: el Siervo Sufriente descrito en Isaías 42 y 53: “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (Isa. 53:5).
El modelo de liderazgo servicial de Cristo debe ser imitado. No podemos, por supuesto, imitarlo en su rol específico de ser “rescate por muchos”; sólo Cristo lo hizo y ya no necesita ser repetido. Pero podemos imitarlo en su rechazo completo del interés propio, que lo preparó para elegir la muerte por muchos, antes que la gloria que le correspondía.
Esto requerirá que modifiquemos nuestras actitudes y conducta. No debemos colocar en un nivel prominente a los seres humanos. Idolatrar a los seres humanos los pervierte y los perjudica. Exaltemos a Cristo, y entonces todos serán atraídos.
Cristo tiene el mayor poder de atracción de todos los tiempos. Idolatrar a quienes lo glorifican, sólo puede obstaculizar el magnetismo del Salvador. Jesús no tiene por qué estar a la sombra del predicador. Es el predicador el que debe estar a la sombra de la cruz.
Fuente: Adventist World
Autor: David N. Marshall es editor de la Stanborough Press Limited, Grantham, Lincolnshire, Inglaterra.
*Se utiliza un seudónimo.