viernes, 17 de abril de 2009

Eliminemos la Hiper Ortodoxia. Por Charles Scriven

“Cuando me bauticé, tuve que prometer que no usaría plumas.” Mi amigo James Reece me dijo esto hace algunos meses, cuando asistíamos a un retiro, y me quedé con la boca abierta. Días después me mandó una copia de su certificado bautismal, y pude ver –no estoy bromeando– que la pregunta número nueve decía: “¿Está dispuesto a seguir la regla bíblica de vestirse modestamente, y abstenerse de usar plumas?” ¡Increíble!

Reece, quien se acordaba perfectamente de esta pregunta, fue bautizado el 19 de diciembre 1936. Me di cuenta de que las “plumas”, en aquellos tiempos, eran partes ostentosas de los sombreros (y quien sabe de qué más). Me imagino que más de alguien habrá luchado durante años por conservar esa prohibición acerca de las plumas en la lista de “adornos” ostentosos, pero finalmente las plumas fueron sacadas de la lista. Si se pusieran de moda otra vez, me imagino que nadie en las juntas de la Iglesia Adventista objetaría de nuevo a las plumas.

No sólo las “normas” de la iglesia terminan siendo diferentes con el paso de las décadas; las doctrinas también se desarrollan y cambian. Muchos adventistas estarían sorprendidos al saber que los pioneros una vez pensaron que la “puerta” de la salvación estaba “cerrada” para cualquiera que no aceptara la doctrina Millerita de que Jesús regresaría en 1844. Estarían igualmente sorprendidos de que la Trinidad ni siquiera fue mencionada en las primeras declaraciones de sus Creencias Fundamentales, y de que por décadas, los líderes de la iglesia no creían necesario mandar misioneros a otras partes del mundo.

Cuando Elena de White murió en 1915, ciertos miembros de la iglesia, como Bull y Lockhart, dijeron que la iglesia había perdido su “principal medio para autorizar alguna innovación”. 1 La Sra. White apoyó la constante lucha para lograr una mejor comprensión, y mientras ella estaba viva, las conversaciones eran fluidas. Más tarde, los que quedaron se dedicaron más a conservar la visión que tenían, en vez de procurar una visión que fuera mejor y más fiel. Repentinamente, ciertas voces adventistas tomaron partido por una ética de hiper ortodoxia, que llegó como una mala gripe y detuvo toda innovación.

Los mismos escritores dicen que en los años 1960 se abrió una puerta a nuevos pensamientos e ideas. Pero en los años 80, muchos líderes Adventistas querían cerrar esa puerta nuevamente, y esto se simbolizó por medio de una declaración de 27 “Creencias Fundamentales.” Siempre he pensado que el preámbulo de ese documento es un saludable reconocimiento de que Dios quiere mantener un diálogo, y que Bull y Lockhart pasaron por alto eso. Pero tengo que admitir que muchas veces el preámbulo es ignorado. (En 1988 la Conferencia y Asociación General Ministerial, publicó un libro en el cual se exponían las Creencias Fundamentales y se dejó fuera el preambulo2).

Alguna vez sentí que esa puerta se cerraba. Al principio de los años 1990, un artículo que yo escribí acerca del significado de la muerte de Cristo, hizo que se cuestionara una palabra de entre las 120 que forman la Creencia número 9. La palabra en la cual me enfoqué ni siquiera aparece en la Escritura, pero la idea ha sido dada por sentada. Estaba mostrando un nuevo punto de vista.

Robert Folkenberg, en aquel entonces presidente de la Conferencia General, creyó que mis esfuerzos eran equivocados, y comisionó a dos de sus colegas, Calvin Rock y Humberto Rasi, para que me lo hicieran saber. Ambos hablaron conmigo, y los dos fueron corteses e insistentes. Yo necesitaba, de alguna manera, dar a conocer públicamente un cambio en la manera de pensar.

Rasi transcribió la conversación que tuvimos, y al día siguiente me dio una copia, que todavía tengo. Ya que yo no cambiaría mi modo de pensar, él estaba pidiendo que “el cuerpo de acreditación denominacional” mandara una advertencia, o un posible “estado probatorio” a la escuela que yo estaba dirigiendo.

Al final, gracias a los esfuerzos generosos de mi jefe Ralph Martin, esta amenaza no prosiguió de parte de sus autores. No pasó nada sísmico, y cualquiera hayan sido los efectos, todavía sigo siendo empleado de la denominación –y sigo teniendo una gran pasión por el Adventismo.

Pero, ¿por qué no poner una estructura defensiva alrededor de la doctrina? ¿Por qué no rechazar los desafíos? ¿Por qué no apagar todo intento de innovación?

Por un lado, el hacer esto sería burlar al Espíritu Santo. Cuando Jesús prometió a sus seguidores que seguiría con ellos por medio del Espíritu, dijo: “Muchas cosas me quedan aún por decirles, que por ahora no podrían soportar. Pero cuando venga el Espíritu de la verdad, él los guiará a toda la verdad, porque no hablará por su propia cuenta sino que dirá sólo lo que oiga y les anunciará las cosas por venir” (Juan 16:12, 13).

Por otro lado, rechazar los desafíos contradice las primeras palabras de la declaración de las Creencias Fundamentales. Estas palabras dan la bienvenida al Espíritu Santo, e imaginan que es posible una “mejor comprensión” y un “mejor lenguaje” que el que tiene el documento mismo. De acuerdo a sus propios métodos, la declaración de Creencias Fundamentales puede ser revisada.

Finalmente, si se pusiera un foso defensivo alrededor de la estructura de la doctrina, se mataría al Adventismo.

Ninguna institución humana prospera bajo una prohibición de innovar. Acabo de leer un libro titulado Better (Mejor) escrito por el autor Gewande, acerca de cómo mejorar la ejecución de un trabajo en la medicina. El autor dice que un requisito para el cuidado efectivo de la salud es el “ingenio,” que él define como “pensar algo nuevo”. Pero eso nunca es fácil. Ni siquiera la “inteligencia superior” es suficiente. El éxito depende del “carácter”. Y ¿qué sucede cuando se tiene el carácter correcto? Que uno está dispuesto a “reconocer los errores”. Uno se rehúsa a “tapar lo malo con papel”. Uno está listo y dispuesto a “cambiar”. 3

Eso es importante para la medicina, y ese también es el espíritu que la Biblia recomienda para los seguidores de Cristo. Por la gracia de Dios uno admite sus errores y trata de crecer. La meta siempre está enfrente de uno. La innovación o cambio –por medio de la fe– es la manera natural de vivir.

Pensar es simple, sin embargo no es fácil. “El mejorar”, como dijo Gewande, “es una labor perpetua”.
Tanto en el pensamiento como en la práctica, uno puede abrazar esta labor de cambio permanente sin necesidad de decir que cualquier cosa está bien. Ninguno de nosotros tiene la última palabra en la ortodoxia, pero la ortodoxia es importante. Mi propia idea es que, al ser Adventista, uno tiene que estar de acuerdo, como mínimo, en algo como esto: En respuesta a la gracia y la paz de Cristo, y en vista de la esperanza de su regreso, prometemos que cambiaremos al mundo mediante la obediencia a los mandamientos de Dios y la fe de Jesús.

Este es solamente un punto de vista. Pero mayores conversaciones acerca de la nueva ortodoxia animarían a la iglesia. La hiper ortodoxia es resistente a la innovación, le teme al Espíritu Santo –tiene la capacidad de matar. En otras palabras, la hiper ortodoxia es el muro de Berlín que está puesto entre el presente y un mejor mañana para el Adventismo. A no ser, por supuesto, que se rompa y caiga.


Fuente: Café hispano / Spectrum magazine
Autor: Charles Scriven es presidente del Kettering College of the Medical Arts (Ohio) y es uno de los directores del Adventist Forum/SPECTRUM.
Traducción: Claudia Argueta
Edición: Enrique Espinosa
Fotografía: Caricatures of Adventists
Referencias: 1. Malcolm Bull y Keith Lockhart, Seeking a Sanctuary: Seventh-day Adventism and the American Dream, 2ª ed. (Bloomington: Indiana University Press, 2007), 105. 2. P. Gerard Damsteegt, autor principal, Seventh-day Adventists Believe…: A Biblical Exposition of 27 Fundamental Doctrines (Washington, D.C.: Ministerial Association, General Conference of Seventh-day Adventists, 1988). En la tercera impresión (si no en la segunda) las palabras del preámbulo fueron restauradas –pero entre las consideraciones introductorias, y no en el lugar de honor que habían tenido, al comienzo de la declaración. En la Web, Damsteegt se identifica a sí mismo como el autor principal; el preámbulo del libro dice que él escribió las versiones iniciales de cada capítulo. Agradezco a Alden Thompson por darme estos detalles. 3. Atul Gewande, Better: A Surgeon’s Notes on Performance (New York: Henry Holt, 2007), 9.

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sábado, 11 de abril de 2009

¿Quién va a re-inventar al adventismo?  Por Charles Scriven

En el adventismo estadounidense abunda la inseguridad. Muchas de sus instituciones están tambaleándose o al borde del precipicio. Un número muy reducido de los miembros que son hijos, nietos o bisnietos de adventistas se sienten fuertemente ligados a la iglesia. Nuevos conversos muchas veces se hacen miembros sin aceptar la cultura adventista, y no la pasan a sus descendientes.

Después de asistir a un animado Seminario sobre Apocalipsis, muchas personas se enamoran del adventismo. Pero, una cosa es enamorarse, otra es mantener un matrimonio. Según la recontra-repetida metáfora, la puerta giratoria sigue girando.

Sólo que gira aún más.

Puede ser que el problema es que la mayoría de los jóvenes viven en el vestíbulo de la iglesia y raras veces entran al santuario. De cualquier modo, todos admiten—inclusive todos los administradores—que en Norte América (y también en viejos centros adventistas en otros continentes) gran parte de lo que hace que nuestra comunidad religiosa sea tan buena y hermosa se encuentra en peligro.
Al menos desde la década de los 70, algunos pocos teólogos adventistas han querido re-inventar el futuro del adventismo. Ellos al mismo tiempo hicieron suya la herencia del movimiento y la cuestionaron. Usando marcos bíblicos trataron de poner la mira del movimiento en objetivos más altos. La mayoría de ellos fueron marginalizados. Si bien algunos son bastante bien conocidos, es rara la vez en que se les invita a participar en las asambleas de las asociaciones, a contribuir en las investigaciones del Instituto de Investigaciones Bíblicas, o a dar conferencias en el Seminario de Berrien Springs, Michigan. Si enseñaban en universidades adventistas se les desconfiaba, y temían, o sufrieron la pérdida de su trabajo.

Ahora más que nunca, sin duda, se necesita una nueva visión del futuro. Muchos de los líderes de la iglesia saben muy bien esto, y se preguntan cómo encender las pasiones de una proporción más amplia de la membresía, especialmente de la juventud.

Pareciera que ha llegado el día para extender una cálida bienvenida a los adventistas visionarios.

A fines del septiembre pasado, en el congreso anual del Adventist Forum en Santa Rosa, California, se entabló una conversación extraordinaria. Fue provocada por la publicación de la segunda edición de Seeking a Sanctuary (Buscando un santuario). Este libro, escrito por el sociólogo Malcolm Bull (profesor en la universidad de Oxford en Inglaterra) y el periodista londinense Keith Lockhart, ofrece un vistazo sumamente provocativo del movimiento adventista.

Según los autores el adventismo es un fenómeno completamente norteamericano, aunque también algo desviado. Los adventistas vivimos a la moda norteamericana, pero tratamos de mantenernos a cierta distancia, apegados a nuestro pequeño “santuario”, o refugio que nos protege del “mundo”.

Su aislamiento de las corrientes culturales norteamericanas, según Bull y Lockhart, explica tanto el marco mental adventista y el crecimiento del adventismo. El crecimiento, dicen ellos, continuará hacia un futuro indefinido tanto en el tercer mundo como entre las nuevas olas de inmigrantes en los Estados Unidos. Pero no ocurrirá entre los norteamericanos de descendencia europea que fueron los fundadores del movimiento. La perspectiva hacia la vida y el espíritu adventista produjeron la medicina adventista y el sistema educativo adventista, especialmente a nivel terciario. Pero estos aspectos del movimiento parecieran empezar a declinar. En realidad, los autores predicen la “des-medicinación” de la iglesia, puesto que Loma Linda University no podrá mantenerse como una institución adventista.

En Santa Rosa participaron unas 160 personas, la mayoría de descendencia europea y de edad avanzada. Gracias a la tropa que presentó la obra Red Books (Libros rojos—el color de las tapas de los libros de la Hna. White en inglés), escrita y ejecutada por estudiantes del Pacific Union College, y también a la presencia de unos pocos adventistas de menos de 40 años, la conversación que tuvo lugar fue decididamente transgeneracional.

El drama representado por los estudiantes explora cómo los adventistas han reaccionado a la nueva información acerca de Elena White. Se presentó el viernes por la noche, y abrió viejas heridas a la vez que ayudó, aunque haya sido sólo en parte, a sanarlas. Como bien se puede imaginar, los autores de Seeking a Sanctuary también hicieron que brotara sangre. Nos dijeron que al fin de cuentas, los adventistas no hemos hecho mayor diferencia, más allá de la diferencia que hemos hecho en nosotros mismos. A excepción de materia de salud y de cuidado médico, hemos sido más o menos irrelevantes a lo que sucede en el mundo.

Si la medicina adventista y la educación terciaria adventista declinan, el espíritu separatista—poco interesado en impactar al mundo—puede solidificarse, o disolverse en lo que está de moda o es fácil. Esto haría al adventismo del futuro, no importa cuán grande sea, aún menos capaz de ser la “levadura” y la “luz” que Jesús deseó que fuera.

Bull y Lockhart y los 160 concurrentes pasaron todo el fin de semana argumentando, ponderando qué se debía hacer, o haciendo ambas cosas.

Ya para el domingo por la mañana, los que estaban más involucrados en la conversación eran los jóvenes de 20 a 40 años. Estaban absortos por el desafío que se les había presentado y no les faltaban ideas o imaginación. Obviamente estaban listos para nuevas iniciativas. Meras palabras, grasa lingüística, no les atraía. Requerían un esquema de acción, una iglesia llena de pasión por transformar al mundo.

Una iglesia que es sólo un refugio puede crecer. Pero no puede infundir en los que educa una visión profética, a diferencia de una sectaria. Quien se anima a ser un Daniel o un Isaias se anima a confraternizar con el mundo, a imaginar su mejoramiento y a resistir su maldad. Desea más que una vida enclaustrada, y nos abandonará, si es necesario, para lograr su vocación.

Por lo tanto, proclamo este desafío:

Extendamos una cálida bienvenida a los adventistas visionarios. Los pastores, miembros maduros y los líderes de la iglesia deben extenderla. Que la bienvenida se extienda a todo tipo y color de adventista. Que se extienda a todo aquel que por su amor a la iglesia osa presentar una nueva idea. Pongamos a un lado discusiones de insignificancias doctrinales, así también como la desconfianza y las sospechas. Dejemos que santas imaginaciones alcen vuelo.

Esta es otra manera de decir un Si al Espíritu Santo y un No a los temores que nos paralizan. Dios nos ha de ayudar a elevar nuestras miras a blancos más transcendentes. El puede encender nuevas pasiones. Puede hacer que desconfirmemos el determinismo sociológico que nos reduce a algo menos que levadura y luz.

En ese magnífico fin de semana, Kendra Haloviak fue más que visionaria en su maravilloso sermón sobre el significado biblico de santuario. Fue parte de lo que hizo que los jóvenes quisieran que la conversación siguiera más allá del domingo por la mañana. El sermón demostró que la re-invención del adventismo no sólo provee discernimiento sino también… entusiasmo, ese artificio que hace que nos excitemos.

El efecto de ese sermón puede difundirse, pero solamente si extendemos una calurosa bienvenida a todos.

Fuente: Café hispano / Spectrum magazine
Autor: Charles Scriven es presidente del Kettering College of the Medical Arts (Ohio) y es uno de los directores del Adventist Forum/SPECTRUM.
Traducción: Herold Weiss
Fotografia: Detalle. The parking lot is full / Jan 30, 2002

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